Me quiero correr hablando contigo.

Solo con imaginar tu tono, mi cuerpo se enciende. El timbre de tu voz me acaricia los pezones, me aprieta el cuello, me abre las piernas. Me hablas como si tu lengua ya estuviera en mi clítoris, como si tus palabras me empaparan más que tus dedos. Estoy sola, acostada, con una mano en el pecho y la otra deslizándose más abajo, siguiendo el ritmo de tu mente sucia.
Empiezo a respirar más fuerte. Me dejo llevar. Me desnudo lentamente, como si me estuvieras viendo, como si te masturbases imaginándome. Porque sé que lo haces. Sé que te calienta saber cómo me toco mientras pienso en tu voz. Y a mí me excita saber que soy parte de tu deseo, de tu calentura, de tus fantasías. Sigo tocándome. Mojada. Desesperada. Me acaricio como tú me lo harías, como me lo narraste la última vez. Me penetro suave, luego más rápido. Cierro los ojos, pero te veo. Siento cómo me dices cosas sucias, cómo me guías sin tocarme, cómo me dominas sin estar presente. Tu voz es todo lo que necesito.

El orgasmo llega con fuerza, como un gemido atrapado en mi garganta. Me arqueo. Me tiemblan las piernas. Me dejo ir mientras tu nombre se escapa de mi boca en un susurro cargado de lujuria. Me corro hablando contigo. Me corro por lo que me haces sentir sin ni siquiera estar aquí. Y sé que lo haré otra vez. Porque hay algo adictivo en el placer que me das con palabras. Porque cuando me hablas así… soy toda tuya. Mojada, abierta, rendida.